El estallido no ha sido arbitrario ni abominable: pocas veces un joven escritor argentino tuvo la oportunidad de mancomunar un éxito editorial con una proposición literaria demitificadora, virulenta, de profunda significación estética, como Las Tumbas. Ahora, en Sólo Angeles, la aventura encuentra el círculo más acabado, desgarrador y lapidario, en torno a esa necesidad de repudiar la agonía cotidiana, la incómoda vocación de morir un poco todos los días. Una tarea inmensa que sólo ángeles podrán realizar. Angeles suspendidos, vagando, que empiezan a asomarse a muros, asombrándose de lo que ven desde arriba: son conciencias que fueron naciendo de la abyección que funciona abajo y atrás de esa ciudad que se derrumba rápidamente para ser la tumba definitiva de los habitantes de un mundo viejo y terminado. Desde allí, Enrique Medina anuncia la lucha por un tiempo nuevo, la prodigalidad utilitaria de un combate que reconoce a etéreos y escarnecidos suicidas, como desvelados protagonistas de un infierno que los consume irremediablemente, hasta la esperanza final y libertaria